A él, que hace tanto no le tocaba eso de gustarle alguién. Él, que se acotumbró a ver sus circunstancias de un simple y llano color tierroso. A él, justo a él, que nunca encontró el valor de juntar palabras y romper de una vez un corazón, le venía a pasar esto.
Él, que justo en este momento se emociona escuchando una nueva voz, reconociendo su olor, sus formas y las palabras que aún no le ha podido tirar, justo a él, le viene a pasar esto. Devolverse al viejo encuentro, castigado por su propio silencio.
Mitad pendejo, mitad perplejo y otra mitad (porque en las crisis las circunstancias a veces se dividen en más de dos mitades) imbécil, ve como ahora tiene que volver donde hace 10 años empezó, donde hace 10 años se condenó. La tierra donde llegó aquél pequeño sin avisar. La tierra donde otro ser más pequeño se empieza a formar.
Un simple encuentro que no pretendía más que eso, uno arriba otro abajo, un gemido pasajero y el reloj decide detenerse y emprender el regreso. Les pasó una vez y juraron que no pasaba más. Por lo menos no juntos.
Una gota lo hará regresar, lo encerrará, cumplirá su deber y más que su deber, resignado, cumplirá lo que finalmente ha entendido es su destino o al menos la broma favorita que este siempre ha insistido en darle. Ahora dos y dos son cuatro y ya cuatro, digame usted, no hay nada que hacer.