Vos tal vez, no te atreverías a hacer algo, lo que sea (puede que por ahí te diga tomate 6 birras y hablále a la chica de la barra, a lo mejor te animás, incluso sin birras de por medio)… pero basta que te diga que algo es prohibido y entonces sí; como motorcito en la conciencia, el impulso para hacerlo no dejará de carburar invadiendo totalmente tus sentidos.
Me explico, parece que como seres racionales tenemos la capacidad de enfrentar y descubrir todo aquello que nos causa curiosidad, dejando de lado los “pros” de no hacerlo y disfrutando con el placer de los “contras”.
El fuego no quema hasta que lo toquemos para confirmarlo. Y hasta cierto punto, esta posición es válida. ¿De cuantas cosas nos estaríamos perdiendo si muchos valientes no se hubieran atrevido a saltar donde otros hasta miedo de caminar tuvieron?
El problema es cuando queremos buscar justificaciones insulsas que nos defiendan ante los ojos de la conciencia y ante el resto.
Cuando rebeldía se relaciona directamente con valentía (hasta el punto incluso, de confundirlos como sinónimos), lo correcto se convierte en pueril y poco excitante. Las normas y las reglas simplemente nos invitan a romperlas, cuando irremediablemente nos impiden llevar a cabo lo que deseamos. Aclaro eso sí, que tipo de reglas.
Las que están escritas en códigos, manifiestos o reglamentos y que son claramente penadas por la ley, nos detienen ante el castigo inminente (y a veces ni esas). En este caso si que decidimos no “quemarnos” pues sabemos de sus consecuencias. pero que tal las otras normas y reglas; las de carácter moral.
Aquí actuamos conscientes, excusándonos en lo que nos conviene. En este ambiente infringimos cuanta ley se atraviese a nuestro paso. Y es justo aquí donde llego al punto que quiero tocar:
Creemos poder movernos libremente en un marco de ilegalidad ética. Creemos que hacerle daño a alguien en la oficina, en la calle o la casa, con tal de lucirnos ante los demás es correcto, creemos que expresar amor a la pareja, mientras a sus espaldas vivimos otro cuento, es cuestión de derecho y privilegio. Creemos que actuar como toda una persona culta ante la gente de la calle y transformarnos en animales con los de la casa es un camino hacia el éxito. Y resulta que si la fórmula no resulta, te verás en un callejón oscuro, preguntando donde están todos los que aplaudían esa conducta.
Mejor cuando te digan “prohibido”, verificá primero el letrero, que no te detenga un “prohibido” de quién no quiere verte escalar, pero nunca actués con descaro y dolo, si hay alguien, que vas a afectar y llevarte descaradamente en el medio.
Recordá que la conciencia no tiene un discurso de consolación preparado para darte una disculpa por desviarte de lo correcto.
Que no te conozcan por tu “serrucho”, que no te conozcan por mal tercio, que no digan que sos un falso. Que el espejo no se enoje con vos, cada mañana de encuentro. Prohibido “joderte” si me “jodo” yo más al hacerlo.
ZunGa
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